Hace unos meses, tuve la oportunidad de asistir a un restaurante donde
se escuchaban fados. Por supuesto que no soy un entendido, pero gozo con las cosas bonitas. No acabé de quedar del todo satisfecho. Un comentario en esa entrada me indicaba dónde tenía realmente que ir para disfrutar de auténtico fado, al
Senhor Fado.
Llegábamos a Lisboa procedentes de Evora. Había reservado mesa en este local, del que tan bien me habían hablado. Sabiendo que solo había fado los miércoles, viernes y sábados no teníamos mucha alternativa. La verdad, no sabía muy bien lo que me iba a encontrar.
Por teléfono ya me habían explicado que se comenzaban los fados al acabar de cenar. Yo pensé que eso dependía de la hora a la que llegase cada mesa, pero decidí dejarme llevar.
Llegamos a Chiado. No quería cansar a los niños el primer día. Podíamos subir andando o en el 28, (El vetusto Tranvía que sube toda la ALFA
MA). Nos decidimos por esto último. Y menos mal, el diluvio Universal se desató en cuanto montamos.
La marcha en este viejo tranvía es una auténtica experiencia. Las subidas y bajadas se repiten. La vista desde una colina antes de llegar, de las Torres de la Sé (La Catedral), es una preciosidad. Nos bajamos en el Mirador de Santa Luzia, ya solo chispeaba, y bajamos las calles empedradas admirando cada fachada de azulejos de este barrio maravilloso. Deberíamos volver a la luz del día. Merecía que los niños lo viesen.
Pasamos delante del Sr. Fado. Faltaba una hora para nuestra reserva. El local, desde la ventana, se veía vacío. Suponía que habría otro comedor. No más de 6 mesas conté.
Seguimos paseando. Caminar por estas intrincadas callejas, tanto de día como de noche, es una experiencia inolvidable. Un barrio que, aunque lleno de establecimientos turísticos, conserva el regusto populoso. Nos dieron las nueve.
Al asomarnos a la puerta observamos que el local estaba lleno. Catorce comensales, ni uno más ni uno menos, más nosotros cuatro, 18. Duarte, el propietario, me reconoció. Yo era el que le había llamado de Madrid la semana anterior para reservar mesa. Nos acogió como a viejos amigos. Nos sentó en la mesa que quedaba libre y se sentó a nuestro lado dándonos conversación. Parecía cualquier cosa menos agobiado.
Comenzó a hablarnos de lo amigo que era de los padres de Raul, y de Paco de Lucía. Un tipo encantador.
Nos sacó un queso delicioso. Decía que hacía 300 kms cada 15 días, que era el tiempo que tardaba el queso en estropearse ya que era artesanal, para conseguirlo. En La Alfama, ¿qué comer? ¡Pues bacalhau!
A mí, una de las preparaciones que mas me gustan es el "bacalhau a bras", bacalao desmigado con huevo, cebolla y patata. Es delicioso. Las raciones en Portugal son absolutamente contundentes. Los cuatro pedimos lo mismo. Duarte nos recomendó simplemente una ensalada para desengrasar. Nos aseguró que era de su huerta, y a fé que hacía años que no probaba una lechuga con ese sabor a lechuga (Sí, sí, niños...no os riais. La lechuga real no sabe a plástico. Sabe....¡a lechuga! ) Una frasca de vino de la casa, tinto alentejano, completó la comanda.
A nuestro lado unos rusos, maleducados como ellos solos, un par de mesas de Yankis, una de "british" y dos portugueses completaban el personal. El local era acogedor y el dueño amabilísimo, pero la recomendación que me habían hecho decía que se trataba de un local para portugueses. Dudando me quedé...
El bacalao a mí me pareció delicioso. El ruso de al lado le hizo traer a Duarte tres platos diferentes, hasta que encontró uno que le gustó. (Moraleja, no preguntes si está bueno a los asnos, que te toman la palabra)
El personal comenzó a desinhibirse. Cuando hay yankis y vino, estas cosas suceden. Y cuando te desinhibes, hay veces que te vuelves un poco patán. Duarte aguantó las bromas hasta que una yanki intentó meterse en la cocina a sacar fotos. Ahí le vimos serio.
La noche iba pasando. Nadie parecía tener prisa. No sabía cuando iba a venir el trío de los fados. De repente, Duarte salió a poner velas en las mesas. El fado, según él, es para escuchar en penumbra. Uno de los comensales portugueses se levantó. Duart
e lo presentó. Tocaba la Guitarra Portuguesa junto a Duarte, que tocaba la Guitarra Española. Ahí comenzaban a desvelarse los interrogantes de la noche. El fado empezaba cuando se acababa de cenar, porque el conjunto de fado eran ellos mismos.
Comenzaron a tocar a la puerta, y a entrar vecinos del barrio. (El doble lisboeta del Innombrable entre ellos, era para verle).
Se sentaron a nuestro lado. De todos modos no se podían sentar muy lejos. El local no es el Madison Square Garden. Empezaron Duarte y su amigo a tocar y a cantar. La atmósfera era maravillosa. Se respiraba magia. Los niños estaban interesados. Las canciones se sucedían. Cantaba cualquiera de los tres.
Marina cantaba como los ángeles, los demás, cada uno en su estilo, no desentonaban. Más portugueses seguían entrando. Los Yankis comenzaron a irse, que si no se van a la cama pronto, salen los Gremlins.
Algunos portugueses salieron a cantar. Eramos conscientes de que estábamos viviendo una noche única. Un espontaneo le dedicó a mi hija María una canción. Mi hija, ojos como platos, era la primera vez que vivía eso.
Pronto, los únicos forasteros que quedaban en el local éramos nosotros. JA comenzaba a tener sueño. El espontáneo de mi hija le quiso dedicar otro a él. Le hizo sentar enfrente suyo. No sé si el niño estaba acojonado, pero no parpadeaba. Y nos sentíamos bienvenidos y acogidos, mientras ellos nos mostraban su arte urbano, como dijeron, el único cante tradicional urbano junto con el Tango. (Ahí pudieron empezar las disquisiciones acerca de si de Montevideo o de Buenos Aires. Yo...es que me gusta provocar ;-) )
Efectivamente, el consejo había sido bueno. Un lugar en el que admitían extraños y que, si te comportabas con respeto podías llegar a ser algo parecido a "uno de los suyos".
Que Duarte y Marina viven del restaurante no tengo ninguna duda. Que no lo tienen como negocio, en el peor sentido, tambien. Cualquiera hubiese tenido un camarero para poner copas, que "el negosi es el negosi". Ellos ni siquiera ofrecieron la primera. El que quisiese pedir, que pidiese. No era el turno del alcohol, sino del arte. Treinta € por cabeza, con todo lo que estábamos viviendo...en más de un local de diseño he pagado el doble por comida de plástico y "chill out" en el hilo musical
Eran las dos de la mañana cuando el pequeño no podía más. Carmen y yo prometimos volver solos, sabiendo que habíamos vivido una noche mágica y que, seguramente, nos estábamos perdiendo lo mejor.