Tenía solo un fin de semana para disfrutar de Cartagena de Indias y sus alrededores. Juan Caballo me había colocado el pack completo. A mi falta de tiempo se unía que no había podido preparar el fin de semana, con lo que me dejé aconsejar e hice lo que se espera de cualquier guiri de pro.
El sábado, además de pasearme por esa maravilla de casco histórico que es "el corralito de piedra", me montó en una chiva para ver los alrededores. Se las ingenió para que le contratase una excursión en barco al Archipiélago del Rosario y Playa Blanca para el domingo.
El domingo me levanté temprano. A esas horas Cartagena todavía es soportable. El barco se iba llenando de familias locales y turistas. Nada más salir pusieron la salsa a tope y se acabó la tranquilidad (Algo lógico, por otra parte, tratándose del Caribe). Ya sabes, si no te gusta te vas del pueblo.
Cartagena está enclavada en una Isla, rodeada de decenas de Islotes. Una compleja red de fuertes protegían la ciudad de las incursiones, principalmente de los piratas Ingleses, como Drake. Todavía hoy se pueden admirar todos ellos. La situación enfrentada de los mismos, al cruzar los fuegos, hacían terriblemente complicada la toma de la ciudad.
Saliendo del puerto camino de mar abierto, la vista de los diferentes fuertes así como el horizonte recortado de la ciudad son únicos.
Yo necesitaba un café. El camarero que atendía mi zona no paraba de sacar mango verde con sal. La gente lo devoraba, supongo que pensando que de lo que se come se cría. A cada vuelta con más mango le recordaba mi café. El me contestaba que "ahora", pero no creo haber visto nadie que haya pasado tanto de mi jeta como ese pavo.
Cuando ví que la gente salió en masa a bailar al pasillo y, con ellos, el camarero (el de la gorra blanca), decidí ir a por el café yo solo.
Creedme si os digo que eran las 10 de la mañana y que nadie había tomado ni una cerveza. No me lo podía creer. Efectivamente, elegí un mal día para volver a tomar café...
Entre salsa y merengue, bachata y cumbia, acabamos llegando al Archipiélago del Rosario. Este está compuesto de unas veintitantas Islas coralinas, algunas con una superficie tal que solo permiten alojar una casa. El agua transparente, la tranquilidad absoluta, solo interrumpida por los barcos llenos de turistas que íbamos o bien a bañarnos o bien de paseo. Si existe el edén, debe de estar muy cerca de aquí.
Juan Caballo no me colocó en el barco con más glamour. De eso ya me había dado cuenta yo con la historia del café. Despues de parar en una Isla y darnos un baño, continuamos hacia Playa Blanca.
Playa Blanca es una lengua de arena de kilómetros de longitud. La única vía de subsistencia para los habitantes del pueblo más próximo, a dos kilómetros andando, que se organizan entre ellos para que todos puedan trabajar. Es un poco agobiante porque todos te intentan colar una pulsera, unas gafas de bucear, o una cerveza. El agua es absolutamente cristalina y la arena tan blanca que hace daño a la vista. Se lo pidas o no, se quedan cuidándote las cosas si te vas al agua, te hacen fotos aunque no se lo pidas, y esperan una propinilla. El sitio maravilloso, pero demasiada gente.
Un par de horas despues, y menos mal porque no me había llevado crema bronceadora y uno ya tiene una edad, nos debíamos de ir otra vez a Cartagena. La maniobra de volver al barco, como para recordarla en un curso de capacitación de comandos de operaciones especiales de la Otan. Las mamás, las abuelas, los nietos, el señor que se piensa que a él le van a dejar en Playa Blanca para toda la eternidad...en fin, que Dios es justo y no pasan más cosas porque El no quiere. La abuela gritando, la hija de 40 años que quiere ir al lado de su madre cuando están entrando un par de docenas de personas simultaneamente. El barco que tampoco es que lo acaben de botar hace 15 días...
De vuelta para Cartagena continuó el musicón. No sé los sicotrópicos que pudieron esnifar para mantener ese nivel de actividad durante todo el viaje, pero reconozco que se me iba la rodilla de vez en cuando viendo dar vueltas a la tropa (Y despues de la maniobra de carga, nunca mejor dicho) en el pasillo del barco.
Al día siguiente temprano me iba a Bogotá. Me esperaba una semana de cinco días visitando cinco paises. Cualquier parecido con el fin de semana, pura coincidencia