Habíamos tomado la escala en Zurich. Un oportuno retraso en el vuelo a Estados Unidos de tres horas en la escala enjugó los 45 minutos de retraso con el que llegamos a Suiza.
Los trámites de la aduana fueron increiblemente fáciles con la que está lloviendo. Supongo que
me tendrán fichado y no quisieron que les volviese a ganar otro pleito ;-) Sin embargo, y debido al retraso en la llegada, poco más que cenar una hamburguesa (¿qué si no?) cerca de Times Square podíamos hacer.
A mí me gusta patear las ciudades, y Manhattan es un sitio para patear, lo siento por mis acompañantes...aunque
sean pequeños. Al día siguiente nos levantamos pronto. Había establecido un pequeño plan para que los niños (Carmen ya conocía Nueva York de un viaje que realizó
conmigo hará unos tres años) viesen lo más importante antes de que acabasen hasta las pelotas.
El primer día decidí dar un paseo por la Quinta Avenida, el Rockefeller Center con la pista de hielo (La retiraban a los dos días), el Empire State Building y, si se terciaba, algo de China Town al atardecer.
Hacia un frio de pelotas pero, bien equipados como se ve, fuimos quemando las etapas.
En Nueva York solo había italianos (Es
comprensible, a ver si se olvidan por unos días de Berlusconi) y, a gran distancia, españoles de compras.
Yo conocí las Torres Gemelas. A mí, las vistas desde el Empire State me gustan más que las que había desde el Sur de Manhattan, a pesar de la diferencia de altura. El estar más céntrico y, sobre todo, mi debilidad que es el Flatiron Building (En el cruce entre Broadway y la Quinta), se observa desde un enclave privilegiado. A 300 metros de altura si que había rasca, pero de la de Soria, tios. No apta para
pijos.
Tomamos un bus hacia Canal S
treet, donde antaño comenzaba China Town (Ahora ocurre como en todo el mundo, que los chinos han invadido Little Italy, y parte del East Village). Sin embargo, el leer los nombres de las calles en chino volvió a sorprender a los niños.
Algo que me sorprende, y no sé por qué, es que un Indio de Nueva York habla inglés igual que uno de Delhi (O sea, con la boca cerrada y apuntando mucho la u), y un chino de Nueva York habla igual que uno de Pekin, o sea, generalmente nada, que hay que joderse, que casi llevan 150 años allí, más que muchos.
Nos pegamos una buena paliza. Para cenar
me habían recomendado un sitio que decían que daba las mejores hamburguesas de Nueva York. En el vestíbulo de un hotel de lujo, escondido tras una esquina, un local de 30 metros cuadrados, estaba petado dando hamburguesas sin parar. Nos pusimos como Carpanta (Este comentario es para cuarentunos, ya lo sé). Una ración de las que solo existen allí con patatas para alimentar una comunidad de vecinos y mi cerveza favorita, La Samuel Adams Seasonal. Menos de 15 dólares por cabeza. A la vuelta pasamos por el paraiso de más de uno (No yo, todavía, que conste). La casita de las pastillas azules... ;-)
Nueva York tiene muchas peculiaridades. Una de ellas es que un filántropo estableció hace más de un siglo una línea de ferries gratuitos 24 horas entre Manhattan y Staten Island. Hay otros que te sacuden la correspondiente galleta, que te dejan en la Isla de la Estatua de la Libertad y en la de Richard Ellis, donde más del 50% de los habitantes de Estados Unidos tienen un antepasado registrado (Era
la puerta de entrada por mar, y debían de pasar un periodo de cuarentena en unas situaciones digamos que de Subsahariano en un centro de detención de Lanzarote)
Desde el 11-S no se puede subir a la corona de la Estatua de la Libertad, que no es que tenga nada, pero a los niños les podía gustar, con lo que decidí tomar el ferry de ida y vuelta a Staten Island y ver las maravillosas vistas de Manhattan y de la Estatua de la Libertad desde allí. No es extraño que haya gente que se confunda, como unos de Segovia que querían ir a la estatua de la Libertad, no sabían inglés y les llevaron a Staten Islan
d. Menos mal que ese día me disfracé de buen samaritano y les ayudé a regresar ;-)
A la vuelta un paseo por el barrio financiero y el solar de las Torres Gemelas. Mi extraña teoría (Ya sé que vais a decir que soy un descreido), es que no les interesa demasiado hacer nada allí, porque entonces se les acaba el chollo, los altares y las fotos de bomberos. No habían hecho nada desde hacía tres años más que cubrir los andamios de los cimientos. Eso sí, obreros con cascos con pines de barras y estrellas para aburrirte.
Comimos en Little Italy. De maravilla, la verdad. Desentonaron unas ostras que pedí que estaban insulsas, pero los espaguettis con albóndigas que me metí estaban sublimes.
Los niños aguantaban como jabatos. Por la tarde les volví a poner a prueba porque uno de los paseos que más me gusta
n es cruzar a pie el puente de Brooklin. Decidí evitarles la ida porque las vistas bonitas son las de Manhattan desde Brooklin y llegamos allí en metro. Les encantó. Sin embargo, al llegar otra vez a la Gran Manzana, Maria estaba harta y hubo que transigir. Tocaban compras.
Como el siguiente día se preveían nevadas, decidimos que era el día de los museos. Carmen no había ido al Metropolitan, con lo que, como meter dos museos a los niños nos parecía mucho, obviamos el MOMA. Sin embargo, antes nos dimos una vuelta por el Guggenheim, para ver la maravilla de edificio que proyectó en los
50 Frank LLoyd Wright.
El Metropolitan me gustó menos que el MOMA. Sin embargo guarda una buena colección de una de mis debilidades, Van Gogh. Solo por eso mereció la pena. Los niños aguantaron, pero en realidad teníamos previsto ir al Museo de Historia Natural despues cruzando Central Park nevado y desistimos. Demasiada presión en la caldera. Pero el paseo por Central Park nos lo dimos, y a conciencia. Una maravilla.
Central Park, un sábado por la mañana de primavera es uno de los sitios más divertidos que conozco (Un domingo no, que hay brunch ;-) ). La gente patinando, andando en bici o jugando al beisbol. Músicos espontaneos en los rincones más insospechados. Una ciudad que respira vida.
Este viernes de enero estaba solitario, pero nevado y precios
o.
Los niños querían perritos calientes de carrito, pero con el día que hacía, los de los carritos decidieron que no era buena idea. Nos metimos en el Brooklin dinner de la calle 57. Como veis en la foto, un perrito de casi 40 cms que es casi un gran danés, no en Bilbao, por supuesto ;-)
Como podeis ver, nos pusimos como cerdo
s. Y lo peor del caso es que lo sabíamos.
Dejamos a los niños en el hotel y salí con Carmen a ver si comprábamos
un bolso. Omito detalles, no merece la pena ;-)
Sé que se os está haciendo largo, pero desde luego ha sido un viaje intenso. El penúltimo día nos tocaba el Museo de Historia Natural, paraiso de los Dinosaurios. Y JA alucinó. Estuvimos 5 horas y podíamos haber estado 5 días. Despues de una tarde de compras...a Virgil's, otro de mis sitios favoritos en la 42 a tomarnos dos raciones para 4 como las que veis. Si pedimos 4 raciones nos recogen los GEOS. Al llegar a Madrid he vuelto a un agujero del cinturón que h
acía tiempo, mucho tiempo que no usaba.
El último día tenía reservada una sorpresa a Carmen.....