Me han encargado un pequeño artículo para un libro que vamos a editar de Rugby. Un tanto modificado, me parece que puede ser una entrada bonita. Tengo tambien el artículo que 23 ha escrito para el libro y lo publicaré como comentario. La foto es de antes de un partido, el año pasado, en las Fiestas del Pilar en Zaragoza, contra una selección de veteranos de Aragón. Que a veces nos lo pasamos bien todavía, y todo. Por cierto, el equipo Azul-azul, volvió a arrasar, para variar. ;-)
Ahí os lo dejo. Supongo que será la última entrada antes de abrirme este Domingo a Colombia y Venezuela, otra vez. Ya sabeis, Arepas, Ron y baile, mucho baile ;-)
Poco imaginaba yo que cuando me admitieron en el Colegio (Después de echarme del San Agustín, donde estuve un año, para qué voy a negarlo), algo que tenía tan fuera de mi mente iba a cambiarme tanto la vida.
Recuerdo mi primera reunión de la Sociedad de Deportes. Había un nuevo, francés. Este, listo como él solo, a la pregunta de si jugaba al Rugby y en qué puesto, respondió que sí, y de medio de melé. Supongo porque de este modo creía que se podría librar de las Novatadas (Perdón, salió mi ser políticamente incorrecto. Olvidé que no existían y que eran vejatorias para el ser humano)
Nunca vi medio de melé tan patético en los únicos 20 minutos que le “admiré” en Paraninfo, como compañero, una mañana lluviosa en un partido de Segunda Universitaria. Supongo que era su primer partido, y el último, me temo.
Esa pasión por este juego no me ha abandonado el resto de mi vida. He llegado a jugar tres partidos en un día (para que los plumillas futboleros puedan seguir analizando si jugar miércoles y domingo agota las neuronas), he sido árbitro, y ahora me aguanto con formar parte de esa cátedra sabihonda que ve los partidos desde fuera, pero que analiza cada jugada como si la vida nos fuera en ello, bueno, y un partido de viejos al año, para matar el gusanillo.
El Rugby me ha ayudado a formarme como persona, a dar importancia al trabajo en equipo, a ignorar el sufrimiento, a alegrarme con lo que realmente merece la pena. El Rugby me ha dado amigos, momentos inolvidables y me ha permitido conocer mitos del deporte. Compañerismo, camaradería, ilusión por un proyecto común, todo eso, me lo ha enseñado el Rugby.
He tenido la inmensa fortuna de elegir un deporte de equipo, en el que el resto de mis compañeros tenían una indiscutible calidad. Lo que me ha permitido poder jugar partidos que, en circunstancias normales, estarían por encima de mis posibilidades.
¿Cómo no recordar la genialidad de Gorrotxa, la impresionante solidez de Xabito, la rapidez del Oscuro, o de Roke?(Nunca me hubiera podido imaginar, si no les hubiera visto, que nadie corriera tanto). De los de adelante, supongo que todos estábamos demasiado ocupados empujando.
No se me olvida mi primer partido contra INEF. El que ganara acudiría a los Campeonatos de España. Nos reunimos en la Sala del Cardenal a preparar el partido. Creo que Oscar y el Rubio nos intentaban explicar como jugarles (Inefos los dos). Ahí salió, la primera vez que lo oía, la Defensa Australiana. Esta consistía en que el tercera del lado cerrado, en cuanto el balón salía de la melé en defensa, corría como un desesperado a cubrir la entrada del zaguero contrario. Enfrente jugaba Fran Puertas, zaguero internacional español (Y compañero de mi cuadrilla de blusas en las Fiestas de Vitoria, por lo menos durante un año). Yo jugaba de flanker. En mi vida he hecho más kilómetros en un campo de Rugby. Ganamos.
Recuerdo mis primeros Juegos Universitarios, en Gijón. Año 87. Ganamos al Universitario de Zaragoza. Más de 40 les cayeron. Por primera vez sentí lo que era “El Espíritu del Colegio, en el exilio” Unos 5 ó 6 antiguos, pero antiguos “de los de toda la vida”, nos acompañaron en esa Final y en una espicha de sidra posterior, comandados por Kiketín Casares y un tío de los Alvarez de Toledo que, me disculpareis, en este momento no recuerdo su nombre. Aluciné ver como disfrutaban con nosotros, cantaban nuestras canciones, se divertían y nos acompañaban como uno más.
Una historia bien diferente ocurrió al año siguiente en Tarragona cuando después de una confiada tarde de playa, el día anterior, y un horrible partido, no supimos colar un drop en el último minuto enfrente de palos. Perdimos contra los mismos de un punto.
Recuerdo aquel partido contra el Universitario de las Palmas que ganamos por 167-0. Record Guiness, decíamos.
No he jugado mucho en División de Honor. Demasiada, y demasiado buena, competencia. Debuté en el Camp de la Fuixarda, en Montjuic, contra el FC Barcelona. Mi primera entrada en un agrupamiento, a por uvas, no se me olvidará en mi vida. Sergi Loghney, tercera de la Selección y Guardaespaldas personal de Jordi Pujol durante un montón de años, me dio tal viaje al entrar con la cara en alto que todavía me da vueltas la cabeza al pensarlo.
Sin embargo he de decir que he jugado contra los mejores equipos, Santboi, El Ciencias, El Salvador, “La Escuela”. Creo que me faltó Getxo.
Recuerdo el Campeonato de Universidades Europeo en Bayona en el 90 de Rugby a 7, cuando jugamos un maravilloso partido contra la Universidad de Tbilisi, de Georgia. Al año siguiente les invitamos a Madrid en el Interuniversitario. Supongo que fueron unos de los causantes de que perdiésemos la Final contra Sevilla, después del palizón que nos dimos el día anterior para ganarles.
¿Y qué decir del “Bote Cisneros”? Años tardé en enterarme de esta descripción, totalmente aceptada en el mundillo del Rugby español, de cuando un balón, después de una patada, bota de una manera tan favorable al equipo atacante que es extraño que no se produzca un ensayo. Esta definición viene de la Final de Copa del Rey del 82 cuando el Colegio se proclamó Campeón despues de una jugada de estas en los momentos finales del partido.
Pero sobre todo recuerdo la camaradería, el compañerismo, el buen humor, el disfrutar jugando y sufriendo.
Una pena que los responsables de la Universidad nunca entendieran que valía más un equipo de auténticos amigos, cada uno de ellos de indiscutible calidad, que una selección de buenos jugadores que al acabar el partido cada uno se iba a su casa.
Supongo que siempre es más fácil descubrir las joyas ajenas que las que tienes delante de los ojos, en tu propia casa. En Oxford, Cambridge o Yale, sus responsables cuidarían un legado similar, mientras aquí intentamos que lo políticamente correcto maquille nuestra mediocridad.
No quiero acabar estas cuatro apresuradas letras sin dedicar un tributo a Ken Going. Este verano realicé mi viaje soñado con Carmen, mi mujer, a Nueva Zelanda. Se lo teníamos prometido a Ken y a Patricia desde hacía 15 años. Ken Going fue entrenador del equipo a finales de los 80 y principios de los 90. All Black e Internacional Mahorí. El me enseñó mucho del Rugby que sé. Siendo un mito en su país, atravesó un mundo para venir a vivir al Colegio a enseñar Rugby. Aquí dejó grandes amigos. Pero, sobre todo, dejó su ejemplo y su sencilla manera de ver la vida. Cuando, por fin, nos vimos, 15 días antes de que muriese, me volvió a asombrar su fortaleza de espíritu y su sentido del deber y de la amistad. ¡Descanse en Paz!
El Rugby, en el Cisneros, siempre fue algo más que un juego. Fue una forma de vida, una lista de valores personales. En el Cisneros, vivíamos el Rugby 24 horas al día. En Universitaria era muy complicado ganarnos, porque a cualquiera le llevábamos 23 horas al día de ventaja, en cuestión de Rugby. Se respiraba Rugby. Por eso, éramos mucho más que un equipo.
Jugar en el Colegio siempre fue un auténtico privilegio, y todos los que lo conseguimos siempre nos sentimos agradecidos a la vida por haberlo podido hacer.
¡Y dos piedras!
Ahí os lo dejo. Supongo que será la última entrada antes de abrirme este Domingo a Colombia y Venezuela, otra vez. Ya sabeis, Arepas, Ron y baile, mucho baile ;-)
Poco imaginaba yo que cuando me admitieron en el Colegio (Después de echarme del San Agustín, donde estuve un año, para qué voy a negarlo), algo que tenía tan fuera de mi mente iba a cambiarme tanto la vida.
Recuerdo mi primera reunión de la Sociedad de Deportes. Había un nuevo, francés. Este, listo como él solo, a la pregunta de si jugaba al Rugby y en qué puesto, respondió que sí, y de medio de melé. Supongo porque de este modo creía que se podría librar de las Novatadas (Perdón, salió mi ser políticamente incorrecto. Olvidé que no existían y que eran vejatorias para el ser humano)
Nunca vi medio de melé tan patético en los únicos 20 minutos que le “admiré” en Paraninfo, como compañero, una mañana lluviosa en un partido de Segunda Universitaria. Supongo que era su primer partido, y el último, me temo.
Esa pasión por este juego no me ha abandonado el resto de mi vida. He llegado a jugar tres partidos en un día (para que los plumillas futboleros puedan seguir analizando si jugar miércoles y domingo agota las neuronas), he sido árbitro, y ahora me aguanto con formar parte de esa cátedra sabihonda que ve los partidos desde fuera, pero que analiza cada jugada como si la vida nos fuera en ello, bueno, y un partido de viejos al año, para matar el gusanillo.
El Rugby me ha ayudado a formarme como persona, a dar importancia al trabajo en equipo, a ignorar el sufrimiento, a alegrarme con lo que realmente merece la pena. El Rugby me ha dado amigos, momentos inolvidables y me ha permitido conocer mitos del deporte. Compañerismo, camaradería, ilusión por un proyecto común, todo eso, me lo ha enseñado el Rugby.
He tenido la inmensa fortuna de elegir un deporte de equipo, en el que el resto de mis compañeros tenían una indiscutible calidad. Lo que me ha permitido poder jugar partidos que, en circunstancias normales, estarían por encima de mis posibilidades.
¿Cómo no recordar la genialidad de Gorrotxa, la impresionante solidez de Xabito, la rapidez del Oscuro, o de Roke?(Nunca me hubiera podido imaginar, si no les hubiera visto, que nadie corriera tanto). De los de adelante, supongo que todos estábamos demasiado ocupados empujando.
No se me olvida mi primer partido contra INEF. El que ganara acudiría a los Campeonatos de España. Nos reunimos en la Sala del Cardenal a preparar el partido. Creo que Oscar y el Rubio nos intentaban explicar como jugarles (Inefos los dos). Ahí salió, la primera vez que lo oía, la Defensa Australiana. Esta consistía en que el tercera del lado cerrado, en cuanto el balón salía de la melé en defensa, corría como un desesperado a cubrir la entrada del zaguero contrario. Enfrente jugaba Fran Puertas, zaguero internacional español (Y compañero de mi cuadrilla de blusas en las Fiestas de Vitoria, por lo menos durante un año). Yo jugaba de flanker. En mi vida he hecho más kilómetros en un campo de Rugby. Ganamos.
Recuerdo mis primeros Juegos Universitarios, en Gijón. Año 87. Ganamos al Universitario de Zaragoza. Más de 40 les cayeron. Por primera vez sentí lo que era “El Espíritu del Colegio, en el exilio” Unos 5 ó 6 antiguos, pero antiguos “de los de toda la vida”, nos acompañaron en esa Final y en una espicha de sidra posterior, comandados por Kiketín Casares y un tío de los Alvarez de Toledo que, me disculpareis, en este momento no recuerdo su nombre. Aluciné ver como disfrutaban con nosotros, cantaban nuestras canciones, se divertían y nos acompañaban como uno más.
Una historia bien diferente ocurrió al año siguiente en Tarragona cuando después de una confiada tarde de playa, el día anterior, y un horrible partido, no supimos colar un drop en el último minuto enfrente de palos. Perdimos contra los mismos de un punto.
Recuerdo aquel partido contra el Universitario de las Palmas que ganamos por 167-0. Record Guiness, decíamos.
No he jugado mucho en División de Honor. Demasiada, y demasiado buena, competencia. Debuté en el Camp de la Fuixarda, en Montjuic, contra el FC Barcelona. Mi primera entrada en un agrupamiento, a por uvas, no se me olvidará en mi vida. Sergi Loghney, tercera de la Selección y Guardaespaldas personal de Jordi Pujol durante un montón de años, me dio tal viaje al entrar con la cara en alto que todavía me da vueltas la cabeza al pensarlo.
Sin embargo he de decir que he jugado contra los mejores equipos, Santboi, El Ciencias, El Salvador, “La Escuela”. Creo que me faltó Getxo.
Recuerdo el Campeonato de Universidades Europeo en Bayona en el 90 de Rugby a 7, cuando jugamos un maravilloso partido contra la Universidad de Tbilisi, de Georgia. Al año siguiente les invitamos a Madrid en el Interuniversitario. Supongo que fueron unos de los causantes de que perdiésemos la Final contra Sevilla, después del palizón que nos dimos el día anterior para ganarles.
¿Y qué decir del “Bote Cisneros”? Años tardé en enterarme de esta descripción, totalmente aceptada en el mundillo del Rugby español, de cuando un balón, después de una patada, bota de una manera tan favorable al equipo atacante que es extraño que no se produzca un ensayo. Esta definición viene de la Final de Copa del Rey del 82 cuando el Colegio se proclamó Campeón despues de una jugada de estas en los momentos finales del partido.
Pero sobre todo recuerdo la camaradería, el compañerismo, el buen humor, el disfrutar jugando y sufriendo.
Una pena que los responsables de la Universidad nunca entendieran que valía más un equipo de auténticos amigos, cada uno de ellos de indiscutible calidad, que una selección de buenos jugadores que al acabar el partido cada uno se iba a su casa.
Supongo que siempre es más fácil descubrir las joyas ajenas que las que tienes delante de los ojos, en tu propia casa. En Oxford, Cambridge o Yale, sus responsables cuidarían un legado similar, mientras aquí intentamos que lo políticamente correcto maquille nuestra mediocridad.
No quiero acabar estas cuatro apresuradas letras sin dedicar un tributo a Ken Going. Este verano realicé mi viaje soñado con Carmen, mi mujer, a Nueva Zelanda. Se lo teníamos prometido a Ken y a Patricia desde hacía 15 años. Ken Going fue entrenador del equipo a finales de los 80 y principios de los 90. All Black e Internacional Mahorí. El me enseñó mucho del Rugby que sé. Siendo un mito en su país, atravesó un mundo para venir a vivir al Colegio a enseñar Rugby. Aquí dejó grandes amigos. Pero, sobre todo, dejó su ejemplo y su sencilla manera de ver la vida. Cuando, por fin, nos vimos, 15 días antes de que muriese, me volvió a asombrar su fortaleza de espíritu y su sentido del deber y de la amistad. ¡Descanse en Paz!
El Rugby, en el Cisneros, siempre fue algo más que un juego. Fue una forma de vida, una lista de valores personales. En el Cisneros, vivíamos el Rugby 24 horas al día. En Universitaria era muy complicado ganarnos, porque a cualquiera le llevábamos 23 horas al día de ventaja, en cuestión de Rugby. Se respiraba Rugby. Por eso, éramos mucho más que un equipo.
Jugar en el Colegio siempre fue un auténtico privilegio, y todos los que lo conseguimos siempre nos sentimos agradecidos a la vida por haberlo podido hacer.
¡Y dos piedras!