Mi conocimiento de París no es exhaustivo. Sé las zonas que me gustan, aquellas que no me gustan, y disfruto paseando.
Cada época en París tiene su encanto. Hay que lidiar con el clima pero, si hay suerte y no llueve mucho, la experiencia suele ser grata.
Había tenido una reunión en París el jueves, y luego había tenido que visitar una fábrica cerca de la frontera suiza. LLegaba a la Gare de Lyon en el TGV el viernes a las 20,00. Demasiado tarde para pillar con garantías el Vueling de las 21,30. Ya de quedarme hasta el sábado por la mañana...¿Porque no retrasar la vuelta hasta el domingo por la tarde?
El sábado amaneció frio pero radiante. El hotel, cercano a la Gare de Lyon.
Quería visitar el mercado de la Rue Mouffetard. Apetecía desayunar tranquilamente en un café, pero sábado, en París...no es territorio adecuado para según qué lujos. Por fin, cuando ya pensábamos que no desayunábamos, una Boulangerie con café apareció ante nosotros.
La Rue Mouffetard es una calle típica en una zona histórica de París cerca de la Sorbona. Las pescaderias, las tiendas de quesos o las carnicerias y tiendas de aves se suceden al lado de restaurantes más o menos típicos (Hay un restaurante español muy popular en esta calle) Pasear por ella es olvidarte que estás en el Gran París y sumergirte en ese mercado de abastos que viví de niño en Vitoria. La Sorbona está a pocas manzanas del final de la calle.
Bajando hacia la Ile de la Cité nos dimos de bruces con el Mercado del Boulevard de Saint Germain, con más puestos de Paté, de vinos, de queso, de aves. Con lo poco que me gusta pasear por estos sitios ...gocé como un enano.
Me apetecía pasear y subimos hacia la Opera, para tomarnos una cerveza bajando el Boulevard de la Madeleine, donde me acordé de los suegros de los camareros parisinos. Aparte de antipáticos hasta decir basta, 18 € por dos cervezas, tampoco es un precio para que no te hagan la ola. (Y no digo una barbaridad porque esto lo leen niños).
Nos habían recomendado un restaurante en la Rue de l'Annonciation. Eran cerca de las dos. Estábamos en Europa. Por supuesto nos mandaron a la calle por tardones y fue lo mejor que nos podía pasar. Puerta con puerta estaba un restaurante Vasco-Landés especializado en Ostras. Menuda "jartá".
La educación de un país la comienzo a medir por el respeto a las normas de tráfico. En esto París, y el conductor parisino (especialmente ese subgrupo denominado "taxista parisinus") deja no mucho...si no todo que desear.
Recuerdo cuando adolescente iba a estudiar Inglés a Gran Bretaña y me descojonaba haciendo parar a los coches en los pasos de cebra. Hoy eso lo puede hacer un estudiante parisino que venga a estudiar español a cualquier ciudad. ¡No se te ocurra hacerlo en Paris!
Los hijoputas de los taxistas, mientras cruzábamos por los pasos de cebra, echándonos las largas para que nos fuésemos a la acera. Eso de parar debe ser para los extranjeros.
La tradicional antipatía del camarero parisino no es un hecho aislado. El conductor parisino no es que sea antipático...es un asesino en serie.
Carmen tenía ganas de entrar en una tienda de lujo. A Louis Vuitton de los Campos Eliseos que me llevó. No recordaba la última vez que hice cola para algo. Ahora sí. Quince minutitos en la calle esperando que el portero nos perdonase la vida y nos dejase entrar. Mira que siempre llevé mal a los porteros de los bares en mi época de estudiante. En mi vida hice cola para dejar pasta en ningún sitio, menos este día. Esto era por una buena causa...o eso me dió por pensar.
Por lo menos esperaba que me hiciesen mucho la pelota una vez entré. Ni puto caso. Supongo que mi txapela no era lo más glamouroso que habían visto, pero si las tiendas del lujo se distinguen por la atención al cliente, debimos equivocarnos de día ...o de tienda.
Petado de chinos, los dependientes pasaban de todo. Eso debe de ser la globalización de los cojones. El rebaño lo tiene todo comprado...¿para qué te vas a molestar si el de enfrente no se llama Paris Hilton y tiene algo más que serrín en la cabeza? Carmen iba buscando un bolso, para variar. Al no hacernos ni caso, o por lo menos el caso que yo estimaba que una compra de esa cantidad merecía, ellos se lo perdieron...o a lo mejor no. ¡Con lo bien que me hubiese venido tener ya comprado el regalo de Reyes!
El mercado de Navidad de los Campos Eliseos es lo más parecido al mercadillo de mi pueblo que he visto en mi vida. Excepto el vino caliente, no hay nada, absolutamente nada, referente a la Navidad. Zapatillas, cuchillos, incienso o queso, pero petado de parisinos y foraneos pasando frio.
Habíamos decidido estar en un pienso todo el fin de semana, y teníamos reserva en Lintillac, nuestro restaurante de Paté de cabecera. Siempre que hemos ido hemos salido hasta arriba, pero esta vez, supongo que debido al rebote que tenía contra cualquier conductor, me enfadé.
En una mesa pequeña de cuatro nos sentaron a...cuatro. Pero de nada conocíamos a la otra pareja. Como separación pusieron la tostadora que compartíamos. Tal que si pensasen que necesitábamos hacernos amigos. Muchas veces pienso que en cuanto pasas los Pirineos, ese concepto del buen servicio en la hostelería es una leyenda urbana (Y no estoy hablando que el sitio sea barato, que conste) Ahora bien, si el rebaño traga con todo, es problema del rebaño. Mi jeta supongo que era un filtro paso todo, que dicen los telecos, la magnitud de mi propina...tambien.
El domingo amaneció lluvioso. Carmen quería pasear por la Torre Eiffel. A mí, me apetecia dar un paseo por el Marais y comer en el Barrio Judio. Teníamos el avión a las 5 de la tarde con lo que madrugamos y, por una vez,comeríamos como en Europa.
Despues del paseo por el Campo de Marte y Notre Dame, llegamos al Marais.
El barrio judio es un conjunto de calles repletas de restaurantes. Se ha convertido en una zona de moda y abundan las tiendas de ropa. Cada vez que voy con Carmen entramos en una zapatería y se lleva un par...o más. Esta vez no fue una excepción. La dependienta no sé si ya nos conoce, yo a ella sí.
Era ya cerca de la una. Hora idónea para comer. Me apetecía el Schwartz's, con su exquisito Sandwich de carne ahumada, pero la cola, como en el de Montreal, era inmensa. Decidí que ya que había comido en el original, no merecía la pena hacer cola para comer en la réplica. Supongo que tambien me pesaba todavía la cola en LV del día anterior ;-)
En la esquina había un restaurante, lleno como los demás. Con una aceptable presencia de gente del barrio (No me pregunteis por qué lo sabía...creo que por las Kipás con que se adornaban los varones ;-) )
En estos sitios siempre pido el plato que tiene " de tó", y esta vez no fue una excepción. No sé si mi cara denota satisfacción ante lo que me iba a meter entre pecho y espalda, jejeje
Se nos iba haciendo tarde, pero necesitaba un café y algo para empaparlo. La pastelería de enfrente tenía un escaparate con una pinta estupenda. Una vez dentro me sorprendí retrocediendo 35 años, cuando en la tienda de mi pueblo, las cuentas las hacían a mano. En la caja registradora, el dueño, sumaba con un bic en una cuartilla a una velocidad pasmosa (Otro de los oficios en vias de desaparecer...el de sumador a bolígrafo ;-) )
¡Por Dios! ¡Qué pasteles! ¡Qué café!