Y pensareis que, con todo lo que he tenido que pasar, el viaje en el que más peligro físico haya pasado, debe de haber sido muy, muy lejos.
Pues va a ser que no. Realmente, allí donde más he pensado que no lo contaba fue en Londres.
Debía de correr el año 98 ó 99. Habíamos digitalizado la redacción de Informativos de Tele 5. Un proyecto precioso, y venía la vorágine del resto de cadenas para no perder distancia. Nos encontrábamos enseñando a la dirección técnica y de informativos de Antena 3, instalaciones que les pudiesen servir de referencia. Había una instalación en Bristol a la que solíamos ir mucho. Los clientes tenían poco tiempo, con lo que, habían quedado con la competencia en ver las instalaciones suyas en Inglaterra justo a continuación de volver de Bristol.
Ibamos en dos coches. Uno que conducía mi amigo José Luis, y el otro que conducía yo. Por aquel entonces, José Luis trabajaba en GVG, aunque dentro de la Marca Tektronix. Aparcamos los dos coches en las cercanías de las instalaciones de la BBC en White City, en las inmediaciones de Londres y acompañamos a nuestros clientes a que se encontraran con nuestra competencia.
Despues debíamos regresar José Luis y yo a un seminario, creo que en Reading, pero no estoy muy seguro. Lo único que recuerdo es que volvíamos en los dos coches. El suyo lo había aparcado, en la dirección de la salida, en la misma acera, unos 10 coches por delante del mío.
Nos separamos. Monté en el coche y, en ese momento ví que asaltaban a José Luis 4 ó 5 bigardos y le metían en su coche a la fuerza. En un primer momento pensé en ir a ayudarle. Pero, con la cabeza fría, decidí que no iba a conseguir nada contra 4 y que lo mejor que podía hacer era ir a la Policia a denunciar el hecho.
Arranqué el coche, pasé muy despacito al lado del suyo para darme cuenta de como estaba. Se encontraba en el asiento de atrás, sentado en el medio de dos animales. En ese momento, José Luis debió de decir algo, o gritarme porque, su coche salió como una exhalación persiguiendo al mío.
En la puta vida supe lo que eran las carreras de persecución de coches en las películas hasta ese momento. Comencé a saltarme semáforos en rojo con el otro coche siguiéndome, hasta que perdí el coche de vista por el retrovisor. Sin embargo, no aflojé. Iba a toda pastilla sin saber muy bien donde, por una autopista entendía que de circunvalación. En cada momento esperaba encontrarme otra vez con el otro coche de marras. Buscaba como un loco algún sitio donde preguntar por una comisaria de policía.
A todo esto, el móvil echando humo intentando que nuestros colegas británicos, que se encontraban en la central de Londres, nos ayudaran. Nadie sabia muy bien qué hacer. Intenté llamar al teléfono de emergencia, pero cuando me descolgaron me dijeron que no podían hacer nada, porque la llamada había entrado en el centro de emergencia de Surrey. ¿Donde cojones estaba yo?
Al cabo de una media hora, aunque a decir verdad, no me acuerdo, ví un pueblo y pregunté si tenían comisaria de policia. Me indicaron donde estaba y, efectivamente, me había salido de Londres un buen trecho. Me tomaron declaración y me comentaron que no me preocupase. Me indicaron que lo que mejor podía hacer era ir a descansar. Les comenté donde iba. Debía estar a un par de horas conduciendo.
Bueno, el camino hasta el hotel fue bastante estresante. No tenía noticias de José Luis. Llamaba continuamente a nuestros colegas ingleses y nadie sabía nada. Cuando llegué, me metí en la habitación sin saber que hacer.
Al cabo de una hora poco más o menos, llamaron a la puerta. ¡Era José Luis! Despues de pedir disculpas, no sé si por mi cobardia o por mi cabeza fria, me dijo que lo entendía perfectamente y que, era lo mejor que podía haber hecho.
Le habían paseado por Londres hasta que le fundieron la Visa Oro. Ante mi pregunta de por qué no había dicho nada a ningún empleado o persona por la calle, me comentó que iban armados y que de héroes estaban los cementerios llenos. Una vez que se dieron por satisfechos (Y debieron de ser en varias compras más de un millón de pesetas de la época), condujeron otra vez a White City, se piraron corriendo y le dejaron con el coche.
Estaba mucho más tranquilo que yo. Supongo que era que él, además del dinero, sabía exactamente como reaccionaban y de qué iba el tema, y yo desconocía todo o ¿Tambien fue complejo de culpa?
Pues va a ser que no. Realmente, allí donde más he pensado que no lo contaba fue en Londres.
Debía de correr el año 98 ó 99. Habíamos digitalizado la redacción de Informativos de Tele 5. Un proyecto precioso, y venía la vorágine del resto de cadenas para no perder distancia. Nos encontrábamos enseñando a la dirección técnica y de informativos de Antena 3, instalaciones que les pudiesen servir de referencia. Había una instalación en Bristol a la que solíamos ir mucho. Los clientes tenían poco tiempo, con lo que, habían quedado con la competencia en ver las instalaciones suyas en Inglaterra justo a continuación de volver de Bristol.
Ibamos en dos coches. Uno que conducía mi amigo José Luis, y el otro que conducía yo. Por aquel entonces, José Luis trabajaba en GVG, aunque dentro de la Marca Tektronix. Aparcamos los dos coches en las cercanías de las instalaciones de la BBC en White City, en las inmediaciones de Londres y acompañamos a nuestros clientes a que se encontraran con nuestra competencia.
Despues debíamos regresar José Luis y yo a un seminario, creo que en Reading, pero no estoy muy seguro. Lo único que recuerdo es que volvíamos en los dos coches. El suyo lo había aparcado, en la dirección de la salida, en la misma acera, unos 10 coches por delante del mío.
Nos separamos. Monté en el coche y, en ese momento ví que asaltaban a José Luis 4 ó 5 bigardos y le metían en su coche a la fuerza. En un primer momento pensé en ir a ayudarle. Pero, con la cabeza fría, decidí que no iba a conseguir nada contra 4 y que lo mejor que podía hacer era ir a la Policia a denunciar el hecho.
Arranqué el coche, pasé muy despacito al lado del suyo para darme cuenta de como estaba. Se encontraba en el asiento de atrás, sentado en el medio de dos animales. En ese momento, José Luis debió de decir algo, o gritarme porque, su coche salió como una exhalación persiguiendo al mío.
En la puta vida supe lo que eran las carreras de persecución de coches en las películas hasta ese momento. Comencé a saltarme semáforos en rojo con el otro coche siguiéndome, hasta que perdí el coche de vista por el retrovisor. Sin embargo, no aflojé. Iba a toda pastilla sin saber muy bien donde, por una autopista entendía que de circunvalación. En cada momento esperaba encontrarme otra vez con el otro coche de marras. Buscaba como un loco algún sitio donde preguntar por una comisaria de policía.
A todo esto, el móvil echando humo intentando que nuestros colegas británicos, que se encontraban en la central de Londres, nos ayudaran. Nadie sabia muy bien qué hacer. Intenté llamar al teléfono de emergencia, pero cuando me descolgaron me dijeron que no podían hacer nada, porque la llamada había entrado en el centro de emergencia de Surrey. ¿Donde cojones estaba yo?
Al cabo de una media hora, aunque a decir verdad, no me acuerdo, ví un pueblo y pregunté si tenían comisaria de policia. Me indicaron donde estaba y, efectivamente, me había salido de Londres un buen trecho. Me tomaron declaración y me comentaron que no me preocupase. Me indicaron que lo que mejor podía hacer era ir a descansar. Les comenté donde iba. Debía estar a un par de horas conduciendo.
Bueno, el camino hasta el hotel fue bastante estresante. No tenía noticias de José Luis. Llamaba continuamente a nuestros colegas ingleses y nadie sabía nada. Cuando llegué, me metí en la habitación sin saber que hacer.
Al cabo de una hora poco más o menos, llamaron a la puerta. ¡Era José Luis! Despues de pedir disculpas, no sé si por mi cobardia o por mi cabeza fria, me dijo que lo entendía perfectamente y que, era lo mejor que podía haber hecho.
Le habían paseado por Londres hasta que le fundieron la Visa Oro. Ante mi pregunta de por qué no había dicho nada a ningún empleado o persona por la calle, me comentó que iban armados y que de héroes estaban los cementerios llenos. Una vez que se dieron por satisfechos (Y debieron de ser en varias compras más de un millón de pesetas de la época), condujeron otra vez a White City, se piraron corriendo y le dejaron con el coche.
Estaba mucho más tranquilo que yo. Supongo que era que él, además del dinero, sabía exactamente como reaccionaban y de qué iba el tema, y yo desconocía todo o ¿Tambien fue complejo de culpa?