Me encuentro sobrevolando algún lugar del Atlántico entre Lisboa y Funchal en Madeira. Malvi me mete presión exigiendo historias, y además que le diviertan. No pide casi nada. Malvi debía haber llegado a este blog hace un par de años, porque ahora comienzo a notarme con las neuronas agotadas. Sin embargo, y aprovechando que esta noche montaré en barco en dirección a Tenerife (Esta semana, menos montar en globo, me da que no se me van a resistir muchos medios de locomoción), estoy recordando una de las primeras veces que fui a Canarias.
Carmen y yo éramos novios. Nos íbamos de vacaciones una semanita a Canarias. Carmen le detalló a su madre la ingente cantidad de amigos que se venían con nosotros en el mismo viaje. Todos desconocidos para la madre, por supuesto, no fuese a llamar. La verdad, nunca he entendido, y ahora siendo padre menos, esa manía de nuestras madres con las chicas. Porque mi cuñado, con más calle recorrida que una pareja de municipales, nunca ha sido sometido a ese nivel de estrés.
Ella trabajaba, yo era estudiante, aunque gracias a mis arbitrajes de Rugby me podía permitir pequeños caprichos, y este viaje a Tenerife era uno de ellos. Recuerdo que era barato. Un vuelo charter no sé muy bien de qué compañía, haciendo escala en Gran Canaria por aquello de optimizar la ocupación del avión.
Era finales de Junio. Sería el año 89. Debíamos de salir a eso de las 8 o 9 de la tarde. El vuelo se nos retrasó hasta las dos de la mañana. Cuando por fin montamos comenzábamos a estar muertos.
Al aterrizar en Gran Canaria algo pasó. Había gente en la pista. Debía descender parte del pasaje. De repente ocurrió. Al grito de “¡Chicharreros, cabrones!” (Léase Yiyarreros cabrones) comenzaron a tirar piedras al avión. Era una situación absurda. Las azafatas cerraron como pudieron la puerta y el avión salió a toda pastilla de la zona de influencia de los lapidadores. Los pasajeros nos mirábamos entre nosotros sin entender nada. De todos modos, gracias a Dios, aunque barato, el avión era más rápido que los que nos perseguian, con lo que todos nos olvidamos rápidamente del incidente.
El salto entre Gran Canaria y Tenerife no debía de demorarse más de 25 minutos. En cuanto despegamos nos olvidamos de lo ocurrido. Era tarde y estábamos muy cansados. Pero no era una noche para taciturnos.
Habitualmente monto en pasillo. No recuerdo por qué, ese viaje iba en ventanilla. Al ir a aterrizar me asusté. Gente corriendo a ambos lados de la pista con lo que yo me pensaba que eran banderas escocesas con la cruz de San Andrés. Luego me enteré que esa bandera era de algún sitio más.
¿Estábamos locos? ¿Dónde estaba la Guardia civil? ¿Y la policía? Cuando digo gente corriendo con banderas a los dos lados de la pista mientras aterrizábamos, me refiero exactamente a eso. Que uno con dos copas de más daba dos pasos para adentro y el avión se lo llevaba puesto a 250 kms/h que es a la velocidad a la que normalmente un avión de estas dimensiones toma tierra.
Lo mejor fue al abrir la puerta. Un huevo de gente en la pista con banderas gritando ¡Tenerife, Tenerife! ¿Qué cojones pasaba?
Poco tardamos en enterarnos. El Tenerife, en partido de promoción contra el Betis en Sevilla, acababa de ascender a primera después de un huevo de años vagando por ahí. Y se había producido una doble confusión. En Las Palmas nos tiraron piedras porque los que no bajábamos suponían que éramos de Tenerife, y eso de las rivalidades con una hora menos es lo que tiene. Y en Tenerife pensaban que era el avión que traía al equipo desde Sevilla.
Creíamos que habíamos visto todo una vez en tierra. Para nada. Lo que nos quedaba.
El conductor de la Guagua que nos tenía que llevar al hotel totalmente borracho. Los de las maletas que descargase otro, que ellos estaban de parranda. La persona que nos debía de llevar a nuestro hotel (Estamos hablando de las 5 de la mañana) tuvo que pagar el triple hasta que un taxista dijo que por ese dinero iba y volvía a seguir bebiendo. (Casi mejor que se hubiese quedado, menudo rally)
Nuestro hotel, el “Guayarmina princess”, nunca se me olvidará, estaba sin acabar. Y ahí nos pretendía dejar el pavo a las 6 de la mañana, al lado de una hormigonera y unas obras. No sé como la chica le indicó que nos llevase a otro y nos recibieron. Eran las 7 de la mañana.
Os podeis imaginar que pasamos la mañana durmiendo, aunque a eso de las diez vino la del coche de alquiler para dejarnos las llaves.
Menudo coñazo de inicio de vacaciones.
Pero las buenas personas somos de memoria frágil. Y nosotros decidimos disfrutar de nuestras vacaciones. El primer día fue de playita: La tarde del segundo comenzamos con el turismo cultural, una visita a La Candelaria, patrona de la Isla.
¡Dios! ¿Quién cojones aparca ahí? Menudo atasco de pelotas. Miles de personas con la famosa banderita (Va sin ánimo de ofender, amigos chicharreros). Coches abandonados en mitad de la calzada y nosotros atrapados en una ratonera de la que tardamos en salir un par de horas y huir. ¿Qué nos faltaba? ¡El Tenerife ofreciendo el ascenso a la Patrona! (Y no digo de los cojones por no molestar, ni a los del Tenerife, ni a los de la Patrona, que podría ser entendido de las dos maneras)
¿Y todavía a alguien le extraña que no me gusten ni el fútbol ni las religiones?