CUATRO MESES DE TRANQUILIDAD, DIEZ SEGUNDOS DE DESASOSIEGO

Como habeis adivinado por algunos comentarios, son fiestas en mi pueblo de adopción. (Alguien dijo que la patria es la infancia, y yo les dedico a todos los nacionalistas esta frase porque, efectivamente, mi pueblo es mi pueblo aunque haya salido de él hace casi 30 años)

Esta mañana hemos salido a hacer un recorrido por los bares que se han apuntado al segundo concurso de tapas. Con tan escasa experiencia, efectivamente, demasiada diterencias entre locales. Sin embargo hemos probado algún experimento curioso. A mí, el que más me ha gustado ha sido el "confit de pato, queso de cabra, naranja y brandy". Sin embargo he de reconocer que el dueño nunca se hará rico con un bar, porque para tener éxito detrás de una barra hace falta simpatia y don de gentes, cosa que a este le faltaba por arrobas. Ni siquiera cuando le he felicitado me ha esbozado una tímida sonrisa, cuanto menos un gracias.

Pero no era de esto de lo que quería escribir. Estábamos dando un paseo por el centro cuando le he visto con su mujer. Pantalones piratas, camisa de cuadros, un dandy. Hacía 4 meses que no solo no le veía sino que pocas ganas tenía de volverle a ver. Cuatro meses de tranquilidad y de descanso. Sin histéricos llorones que solo piensan en ellos mismos. (En algún sitio lei algo acerca de la responsabilidad social de la empresa. Ese capítulo, como muchos otros, este impresentable se lo saltó)

Y ahí le tenía caminando, dándole la plasta a un sufridor. Sé que tiene una casa en los alrededores, pero nunca me lo había encontrado. Bonito día para romper esta situación.

Mis reflejos nunca me han abandonado. Esta mañana tampoco. Con un hábil quiebro me he ocultado detrás de un puesto de rosquillas mientras pasaba a mi lado con la cantinela de lo mal que lo están pasando los empresarios. "Como tú", he pensado yo.

Porque solo sí que me hubiese cruzado con él, pero morderme la lengua por estar yo acompañado, me sale una úlcera, que ya me conoceis.